«Los universos simbólicos dan respuesta al enigma: trazan horizontes,
montañas y laderas que hacen al mundo interior transitable. Al misterio
le pertenece una extensión mayor por cuanto que no solamente es la
posibilidad de todos los universos simbólicos posibles, sino también y
ante todo la posibilidad del acto simbólico y de su uso. [...] El hombre
reflejado ante sí mismo, el hombre transparente, debe ser aquel que
tome conciencia, al actuar, de esta acción creadora de universos y de él
mismo, mediante el acto.
Toda correspondencia genuina es imaginativa, como toda genuina
imaginatividad es respuesta, correspondencia. Una autentica obra de arte
suscita esta respuesta en el contemplador o el oyente, y al hacerlo
revela presencias de modos nuevos e imaginativos.
[...] La metafísica tiene un cometido: el de revelar presencias. La
presencia se revela mediante la función imaginativa al procurar
relaciones nuevas. El arte funciona de dicho modo, y más propiamente el
poético. El arte es, por tanto: comunicación, y es el lenguaje poético,
la forma privilegiada de comunicación intersubjetiva de lo sagrado.
La metáfora incrementa nuestra capacidad de comprender la realidad al
enfrentarnos con su carácter esencialmente metamórfico. El juego de la
metamorfosis, le pertenece a los dioses; es la cualidad de lo sagrado,
de todo lo numinoso real que encierra. Por tanto, el sentido de la
metáfora no debe buscarse en sus términos, ni en el resultado de su
análisis lógico, sino en la capacidad de transformación que comporta.
La palabra es, ante todo, la posibilidad de ver.»