Véalos bien, señor Okada -insistió, mientras yo revisaba con cuidado la
pequeña corteza como si en ella se escondiera alguna respuesta. - Pienso
que ya ha aprendido a mirar lo suficiente las plantas como para darse
cuenta: no son plantas, tampoco son árboles. Los árboles son los seres
más espaciosos que hay sobre la tierra, en cambio un bonsái es una
contracción. Así vengan de un árbol frondoso o de un árbol frutal, los
bonsáis son sólo eso, bonsáis, árboles que traicionan su verdadera
naturaleza.
Volví a casa caminando bajo la lluvia. Como no llevaba
paraguas, llegué con la ropa escurriendo. Durante todo el camino, pensé
en las enredaderas y en los cactus. Un cactus sufría en ese clima de
lluvia, mientras que una enredadera era feliz así. Yo amaba a Midori,
pero dejarme invadir era actuar en contra de mi naturaleza. También
pensé en lo traicionada y triste que sería una enredadera incapaz de
reproducirse. [...]
- ¿Qué te pasa? ¡Hace días que me miras como si fuera una extraterrestre!
Tenía razón, pero ¿qué explicación podía darle?, yo mismo no sabía qué pensar.
Me
levanté de la cama y salí al balcón de nuestro cuarto a fumar un
cigarrillo. La luna estaba menguando y al verla sentí una tristeza
profunda, ¿dónde estaba Midori, mi esposa, la mujer con la que había
decidido hacer mi vida? Estaba ahí, de eso no cabía duda, pero ¿porqué
ya no lograba verla como antes? Midori estaba ahí adentro pero
convertida en una enredadera, de la misma forma en que yo me había
convertido en un cactus. Pero ¿acaso no lo habíamos sido siempre?