Mi mirada se demoraba sorprendida en los objetos que había traido de los
cuatro rincones de Europa. Mis viajes, el espacio no conservaba huella
de ellos, mi memoria desdeñaba evocarlos; y las muñecas, los vasos, las
baratijas estaban allí. Una nada me fascinaba, me obsesionaba. Encontrar
un pañuelo de seda roja y un almohadón violeta; ¿cuándo vi por última
vez fucsias, su vestido de obispo y cardenal, su largo sexo frágil? La
campanilla luminosa, la simple rosa silvestre, la madreselva desgreñada,
los narcisos, abriendo en su blancura grandes ojos atónitos, ¿cuándo?
Podían no existir ya en el mundo y no lo sabría. Ni nenúfares en los
estanques, ni trigo sarraceno en la campiña. La tierra está a mi
alrededor como una vasta hipótesis que ya no verifico.