- Cuando salimos a la calle se apoderó de mí la belleza de las cosas, la
luz de la alta noche, el hondo silencio, los coches quietos, fríos, su
colorido aplastado y unido por la débil claridad de las farolas, los
troncos de los árboles, opacos, y sus ramas, delgadas y largas y muy
blancas, con ese color que da el frío y la niebla. Fuimos hasta la
pequeña plazoleta formada por los aparcamientos, y allí, debajo de los
árboles, el pelo de Lobo destacaba por el color. El te increpaba, tu le
tomabas el brazo e intentabas disuadirlo aún, pero con un gesto rápido
se puso frente a ti: «Estamos aquí y tenemos que pelear, dijo, y te
empujó. Tú levantaste la mano, le diste una bofetada y te alejaste un
poco. El corrió en pos de ti y arremetió. Era una pelea llena de
movimiento, de carreras entre los troncos. Yo los miraba, os miraba,
miraba la tierra, y corría también a vuestra zaga.
- Y son dos y son uno los caminos, la verdadera vida –¡qué evidencia en
este instante suspenso en la nevada atmósfera, la nítida niebla!–, que
está ausente, es. Es toma cuerpo en ese hilo que obliga a avanzar, a
cruzar un umbral invisible, acaso recordado.
- El punto de intersección entre fantasía y realidad –es decir, el
momento en que coincidieran– sería acaso el único instante al que se
pudiera dar con propiedad el nombre de vida.
- Claro que la distancia es cosa indescifrable y quizá cada vez que la
mente la salva se equioca; y también es posible que la venza a ciegas en
un solo punto para seguir indefinidamente sin poder sobre los demás...
- Como seres arrojados a la existencia, que tienden a lo absoluto,
condenados a la finitud, avanzábamos recibiendo el azote de la tormenta
perpetua del no saber, y, por lo menos yo, en la creación de un amor,
veía la única posibilidad de cobijo. cobijo, útero materno, útero yo
para ti, y también para mí misma, pues al albergarte a ti, que a tu vez
me representabas como ser echado a la vida, me tornaría invulnerable.
Pero llevaba el canto de las sirenas: «... todo resulta claro...», y
sobre una visión que empezaba a definirse se cernía ya la sombra.
- Mirar el azul. Esto es: mirar el mar, mirar indefinidamente el mar:
liberación y límite, si es que el non plus ultra es límite, que lo es
para el que busca el todo. ¿Y qué buscábamos si no?
Buscar el todo... si llamas todo a la plenitud, desde luego que sí, yo
buscaba esa plenitud que sabía inalcanzable. En el fondo una tregua al
desasosiego, una tregua que de hecho solo atisbaba alguna vez, sin
explicación, antes del alba.
- Tercer acto: ella se sienta en un pedrusco, junto al camino, y mira
bajar por la pendiente a cientos de soldados. Las lágrimas empiezan a
resbalar por sus mejillas. Todos la miran. algunos se acercan y le dicen
cosas. Ella no escucha, no ve nada. El sol se pone. Se hace de noche.
Ella sigue allí sentada en la roca. Pasada la medianoche se dirige a la
estación. El primer tren para Salamanca a las cuatro de la mañana. Saca
un billete. Entra en la cantina y se sienta en una mesa. Abre un
cuaderno. Escribe. Dos hombres juegan a las cartas con dos camareros. La
luz es intensamente amarilla. ella mira el reloj. Puede ver cómo se
mueven las manecillas. Pasa una hora. Un tren. Los hombres se levantan.
Pasa otra hora. Y otra. Llega su tren. Sube. La oscuridad se la lleva.
Se la lleva.
- En un momento dado me acusaste de cruel... Tal vez lo he sido. Lo he
sido con los dos, pues desde un principio, me doy cuenta ahora, sin
saberlo vi en vosotros lo que teníais de personajes, lo que alimentaba
mi impulso literario. Y es probable que si aguanté tantos años con Raúl
fue también por ese motivo, para poder escribirlo. Contigo había
sucedido, sin duda, lo mismo, pero estoy convencida de que esto es
inevitable, de que pasa siempre, como debe acontecerle a un pintor al
mirar, por ejemplo, a una muchacha. Necesariamente sentirá la emoción de
la luz y el color y verá sus posibilidades plásticas. Y luego la
pintará vestida y desnuda, y en mil actitudes.
- Uno o es mágico o no existe.
- Negarse. No pensar en el cuerpo, en el espacio erótico, en el color de
las rosas, su perfume, la luz del palacio de Kronbach, los cipreses,
los cedros, el canto de la tórtola; olvidar el tacto del agua, de la
arena. No hay otra salida que el propio pensamiento.
- El arte es una manifestación de amor, es un vehículo de amor. Cuando
nos decían que Dios se ama a sí mismo y entonces crea, esto no era más
que una forma burda de expresar lo que la plenitud del ser del momento
creativo significa. Se produce una visión, una captación, una vivencia
que rebasa el límite del yo, y se vierte. Se produce esa necesidad
gozosa, y a veces dolorosa, de concretarla para que sea. Hacer que sea y
reconocerla como tal, lo que es ya un acto de amor. Lo mismo que la
comunicación, que es hacer partícipe a otro de algo propio. Lo mismo que
la manifestación
- La mirada imperante del gato tras los cristales. Esta imagen me explica la vida y me reconcilia con ella.