"Mrs. Miller pasó el día siguiente en cama. Se levantó una vez para dar
de comer al canario y tomar una taza de té. Se tomó la temperatura;
aunque no tenía fiebre, sus sueños respondían a una agitación febril, a
una sensación de desequilibrio, presente incluso cuando miraba el techo
con los ojos muy abiertos. Un sueño se colaba entre los otros como el
esquivo y misterioso tema de una compleja sinfonía; le traía escenas de
precisa nitidez que parecían trazadas por una mano de intensidad
virtuosa: una niña pequeña, vestida de novia y ataviada con una
guirnalda, encabezaba una procesión, una hilera gris que descendía por
una montaña; había un silencio inusual hasta que una mujer preguntaba
desde atrás: ¿Adónde nos llevó?, Nadie lo sabe, respondía un viejo que
caminaba delante. Pero ¿verdad que es hermosa?, intervenía un tercero.
¿Acaso no es como una flor congelada..., tan blanca y deslumbrante?"