Volverá la poesía a arrancarte una vez más, aunque no quieras saber
nada de ti ni de los otros. Pero primero destroza este yo que te
estorba, házle una brecha en el centro y canta el exterior, lo que le
hace frontera, todo lo que de profundo hay más allá y que quizá no tiene
alma ni la necesita. Una épica, eso es lo que quieres, pero habrás de
encontrar los héroes que, surgiendo del barro, no saben si resucitan o
mueren. Habrás de encontrar las piedras que a golpes conformarán sus
rostros fríos, gélidos, con la pasión de los glaciares que caen
estrepitosamente al océano. Y si encuentras a quien lleve el fuego a la
extinguida esperanza de algo de humanidad, habrás de buscar también su
destino, descubrir sus huellas incendiarias en la nieve, en el cristal
helado que se rompe con el terremoto volcánico que va acuchillando el
camino. Pero todo eso que deseas y hasta lo que no deseas, todo está
muerto. Y ya no es posible revivirlo... Y te quedas sin nada, con el yo
masacrado bajo el pie, recordando que una vez, ya hace tiempo, existía
un vínculo, la mano o el círculo poderoso, el anillo y la belleza...
Ahora todo es un estropicio, un sueño, una luz en la memoria. Tanto tú
como yo somos apariciones, espectros, mecanismos que viven, sienten y
mueren, mecanismos extremadamente complejos pero miserables.