Es importante oponer tan claramente
como sea posible la emoción estética a la emoción ordinaria. La
separación es bastante delicada de realizar, pues nunca se ha cumplido
en los hechos. Siempre encontramos mezclados con la emoción poética
esencial la ternura o la tristeza, el furor, el temor o la esperanza; y
los intereses particulares del individuo no dejan de combinarse con esa
sensación de universo, que es característica de la poesía.
He
dicho: sensación de universo. He querido decir que el estado o emoción
poética me parece que consiste en una percepción naciente, en una
tendencia a percibir un mundo, o sistema completo de relaciones, en el
cual los seres, las cosas, los acontecimientos y los actos, si bien se
parecen, todos a todos, a aquellos que pueblan y componen el mundo
sensible, el mundo inmediato del que son tomados, están, por otra parte,
en una relación indefinible, pero maravillosamente justa, con los modos
y las leyes de nuestra sensibilidad general. Entonces esos objetos y
esos seres conocidos cambian en alguna medida de valor. Se llaman unos a
otros, se asocian de muy distinta manera que en las condiciones
ordinarias. Se encuentran -permítanme esta expresión- musicalizados,
convertidos en conmensurables, resonantes el uno por el otro. Así
definido, el universo poético presenta grandes analogías con el universo
de los sueños.