Hay
una mujer quieta, mirando una mesa. A la derecha un whisky, a la
izquierda un cenicero. De vez en cuando levanta la vista y mira al
frente. Se choca con una televisión callada, sin volumen (como ella). Al
menos la televisión es en color, se suceden las imágenes salpicando
tonos. Ella, la mujer, es en blanco y negro. La cubre una costra.
La mujer se
levanta, llega a la nevera y saca un cartón de agua Solán de cabras.
Antes de cerrar la nevera mira el congelador sin puerta. Dentro, como un
amasijo de nieve y plástico está su corazón. Estira su mano y lo toca
con la punta del dedo índice. Piensa deprisa como un rayo: - Debería
estar yo ahí dentro y mi corazón aquí fuera.
Hay una
mujer. Hay un viernes, una madrugada…Una mujer se está muriendo muy
íntimamente, sin ruido. Y no se puede hacer nada. Cuando una mujer muere
no se puede hacer nada, ni siquiera enterrarla. Las mujeres se mueren
por el alma, los hombres por el cuerpo.
Cuando una
mujer se muere tiene que seguir madrugando, fregando los cacharros,
cogiendo el teléfono, sonriendo a raudales…Cuando una mujer muere no se
puede hacer nada.
Hay una
mujer, tronchada su mirada como un tallo. Reposa en una mesa. Se mira
las manos. Se mira un anillo y se sube a un planeta, lo gira y se sube a
la luna, lo vuelve a girar y se sube a una estrella.
Su vida es un anillo que gira en un dedo muerto, sin tacto.
Hay una
mujer y es julio y hace calor, pero la mujer tirita. Y no hay nada que
hacer. Las mujeres tienen frío dentro. Sopla la vida con su boca loca de
siroco y caen. Las mujeres siempre caen, pero sólo se les nota en los
ojos, porque se mantienen erguidas como árboles.
Hay una
mujer que piensa: - Olvidar es de cobardes, el que olvida muere o mata.
La memoria es lo único que somos. Olvidar no es de mujeres ni de
hombres. Olvidar no es de vivos. Olvidar es de sobrevivientes…
Hay una
mujer en una cama. Una ventana abierta y una luna. Aúlla un perro y un
gato le contesta. La mujer se sienta en la cama y saca sus pechos por la
ventana. La mujer no puede dormir. En la cama hay un perro de peluche y
un erizo sin púas, de vez en cuando los abraza.
La mujer
tiene sed y se levanta, por el pasillo tropieza con el llanto. Llega a
la nevera y la abre, saca un cartón de agua solán de cabras. Antes de
cerrar la nevera mira el congelador sin puerta, dentro, como un amasijo
de nieve y plástico está su corazón. Piensa deprisa como un rayo: - Debería estar yo ahí dentro y mi corazón aquí fuera...