Corbin explica claramente que la
actividad característica del corazón no es el sentimiento, sino la
vista. El amor pertenece al espíritu y estimula el interés del alma por
las imágenes que se presentan en el corazón. El corazón no es tanto el
lugar de los sentimientos personales si no el lugar de la verdadera
imaginación.
Los sentimientos se agitan a medida que se desplazan las imágenes. Por lo tanto, recurrimos al corazón no porque este sea el lugar donde reside la verdad de los sentimientos o el lugar donde sentimos nuestra propia alma. No. Apelamos al corazón porque en él es donde lo imaginal presenta a la imaginación la esencia de lo real.
El alma nace en la belleza, se alimenta de ella y la necesita para subsistir.
Si no damos a la belleza toda la importancia que se merece en nuestro trabajo con la psique, entonces el alma no podrá realizarse plenamente. Una psicología que no parta de la estética (...) no podrá aspirar a ser verdadera psicología porque omite ese rasgo esencial de la naturaleza que es el alma.
La manifestación de los dioses nouménicos ocultos y de aquellas virtudes imperceptibles como la templanza y la justicia, todas estas cosas, si no van unidas a la belleza, no son más que ideas, arquetipos, formas puras, palabras didácticas e invisibles. La belleza es, pues, la propia sensibilidad del cosmos: tiene texturas, tonos, sabores y es atractiva.
Lo general y lo uniforme se realizan en el pensamiento antes que en la calle. Se realizan en el pensamiento cuando perdemos contacto con nuestros reflejos estéticos, cuando el corazón deja de conmoverse. El reflejo estético no es sólo esteticismo desinteresado: es nuestra propia supervivencia. Cuando estamos aburridos, hastiados, anestesiados, estas emociones de desolación constituyen precisamente las reacciones del corazón a la vida anestésica de nuestra civilización, a los sucesos que no nos dejan sin aliento, que son mera banalidad. Lo feo es entonces todo aquello de lo que no nos damos cuenta, aquello que siemplemente nos aburre, pues eso es lo que mata al corazón. Nuestra salvación está en Afrodita y nuestra forma de descubrirla está en la enfermedad de su ausencia.
La belleza, la fealdad y el arte no son ni el contenido absoluto ni la verdadera base de la estética. Para el entendimento neoplatónico, la belleza es simplemente manifestación, revelación de fenómenos, la aparición de anima mundi; si no hubiera belleza, los dioses, las virtudes y las formas no podrían ser revelados. La belleza es una necesidad epistemológica, la áisthèsis es nuestra forma de conocer el mundo. Y Afrodita es el reclamo, la desnudez de las cosas tal como se presentan a la imaginación sensible.
Los sentimientos se agitan a medida que se desplazan las imágenes. Por lo tanto, recurrimos al corazón no porque este sea el lugar donde reside la verdad de los sentimientos o el lugar donde sentimos nuestra propia alma. No. Apelamos al corazón porque en él es donde lo imaginal presenta a la imaginación la esencia de lo real.
El alma nace en la belleza, se alimenta de ella y la necesita para subsistir.
Si no damos a la belleza toda la importancia que se merece en nuestro trabajo con la psique, entonces el alma no podrá realizarse plenamente. Una psicología que no parta de la estética (...) no podrá aspirar a ser verdadera psicología porque omite ese rasgo esencial de la naturaleza que es el alma.
La manifestación de los dioses nouménicos ocultos y de aquellas virtudes imperceptibles como la templanza y la justicia, todas estas cosas, si no van unidas a la belleza, no son más que ideas, arquetipos, formas puras, palabras didácticas e invisibles. La belleza es, pues, la propia sensibilidad del cosmos: tiene texturas, tonos, sabores y es atractiva.
Lo general y lo uniforme se realizan en el pensamiento antes que en la calle. Se realizan en el pensamiento cuando perdemos contacto con nuestros reflejos estéticos, cuando el corazón deja de conmoverse. El reflejo estético no es sólo esteticismo desinteresado: es nuestra propia supervivencia. Cuando estamos aburridos, hastiados, anestesiados, estas emociones de desolación constituyen precisamente las reacciones del corazón a la vida anestésica de nuestra civilización, a los sucesos que no nos dejan sin aliento, que son mera banalidad. Lo feo es entonces todo aquello de lo que no nos damos cuenta, aquello que siemplemente nos aburre, pues eso es lo que mata al corazón. Nuestra salvación está en Afrodita y nuestra forma de descubrirla está en la enfermedad de su ausencia.
La belleza, la fealdad y el arte no son ni el contenido absoluto ni la verdadera base de la estética. Para el entendimento neoplatónico, la belleza es simplemente manifestación, revelación de fenómenos, la aparición de anima mundi; si no hubiera belleza, los dioses, las virtudes y las formas no podrían ser revelados. La belleza es una necesidad epistemológica, la áisthèsis es nuestra forma de conocer el mundo. Y Afrodita es el reclamo, la desnudez de las cosas tal como se presentan a la imaginación sensible.
Lo que entiendo por respuesta estética se parece mas bien a un sentido animal del mundo: un olfato para la inteligibilidad visible de las cosas, para su sonido, su olor, su forma, que les hablan a las reacciones de nuestro corazón (y hablan a través de ellos) y que responden al aspecto y al lenguaje, a los tonos y a los gestos de las cosas entre las que nos movemos.