

La
casa de Louis Aragon es la casa de un surrealista o, en cualquier caso,
la casa de una persona que quiere mostrar a todo el que llega, y
mostrarse a sí mismo, todo lo que de agradable ha tenido la vida para
él. No queda un solo espacio de ninguna pared donde no haya algo
colgado. Desde soberbios Picasso, Braque, Matisse, Miró, Juan Gris («Sí,
éste era un amigo de Picasso que se murió muy rápidamente»), hasta
discos sin funda, porque contienen una canción que a él le gusta;
entradas de un teatro; programas de concierto; carteles de una
exposición; en fin, libros abiertos expuestos como un cuadro, de todo
hay en la casa de Aragon. «Venga, venga, le voy a enseñar mi cuarto...
Ve usted ese cuadro de Picasso, pues me dijo, "si no lo cuelgas encima
de la puerta de tu dormitorio no te lo doy", y este otro lo pintó
durante una temporada que se sentía muy desgraciado. Picasso se sentía
muy mal, porque siempre tenía problemas con las mujeres y estaba con una
mujer, muy guapa, por cierto, hace ya muchos años de esto, y de pronto
la abandonó y se marchó a la orilla del mar; pero, je, je, después se
arrepintió y volvió, pero la chica había desaparecido, y siempre me
llamaba para pedirme perdón. Sí, porque como la chica no estaba, tenía
que pedirle perdón a alguien. Se encontraba muy mal. ¡Dieciocho días
estuvo contándome la misma historia! ». «¿Y usted le perdonabá» «Oh, sí,
claro, él sufría mucho, el pobre. Se sentía terriblemante desgraciado».
El enorme salón de la casa de Aragon está dedicado prácticamente a
Picasso. Unas palomas, Les colombes, están apoyadas en un atril
móvil, con un cuadro a cada lado. Como un niño, Aragon se presta rápido
a darle vueltas cada vez más fuerte al atril. «¿No ve las palomas
volando? ¡Ah!, qué hermosas son las palomas volando».El salón contiguo
está lleno de fotos de Man Ray. Hay una enorme de los ojos de Louis
Aragon. «Sí, se empeñó en fotografiar mis ojos; como una mujer hace
veinte años, que se empeñó en fotografiar mis manos, mire, esa es la
foto, y yo le decía que por qué no fotografiaba mi cara, y ella decía
que no, que lo que le interesaban eran mis manos, ¡je, je!, pues lo
mismo pasó con Man Ray. Y cuatro días después de esa foto se murió».
«¿Era muy amigo suyo?». «Sí, nos habíamos conocido casualmente, como a
Picasso, que lo conocí en la calle por fuera de un sitio nuevo donde se
había ido a vivir. Se le cayó algo al suelo y yo se lo recogí. Iniciamos
una conversación y me dijo que por qué no subía a su estudio para
enseñarme las cosas que tenía, y nunca me podré olvidar de cómo subimos
los dos pisos hasta su casa. Era un ascensor muy antiguo que se iba
parando cada metro. ¡Fue horrible! Ese día para iniciar nuestra amistad
me regaló un cuadro y me dijo»: «¿Por qué no hacemos algo juntos? Tú
pones el texto y yo los dibujos». «Y así se hizo».
«¿Y cómo conoció a Man Ray?». «Fue algo extraño, siempre lo recuerdo.
El acababa de desembarcar en Francia, en el norte, y no sé por qué
razón yo estaba aquel día allí, en el muelle. Y él de pronto se acercó a
mí, con su maleta en la mano, y empezó a hablarme como si nos
conociéramos de siempre. Fue muy curioso. Después le pregunté muchas
veces por qué me había elegido a mí para hablar aquel día, pero nunca me
lo explicó. Era un gran hombre». Hay fotos hechas por Man Ray a
Picasso, Neruda, Elouard, Breton... «Por cierto, ¿no tiene usted nada
del grupo surrealista?». «No, antes sí tenía, pero ahora no tengo nada».
Aragon («no me llame monsieur, que no soy tan mayor») es tan
inagotable como sus recuerdos. Antes de la despedida dice: «¿Y no ha
visto usted a Elsa, mi mujer?». «Sí, vi su enorme retrato a la entrada».
«Es bella, ¿verdad?, Picasso decía que era bellísima.»
Por Olga Álvarez. 31 Julio, 1981 en El País