¿Pueden los artistas abandonar el arte
sin exponer su salida como obra de arte? De entrada, ¿por qué tendrían
que abandonar el arte? Cuando la felicidad ya no está en el arte sino a
su lado, ante él, tras él, es entonces hora de abandonar las formas de
la obra, del valor, de la caja blanca.
Con su declaración de
abandono del arte Beuys ha devanado el sueño vanguardista de la
disolución del arte en la vida. Para su persona y su tiempo con ello ha
pretendido que hay algo más universal y al tiempo más intenso que el
arte artístico. Quizás haya que poder fracasar como artista para avanzar
como ayudante de la felicidad. Quizás deban descansar incluso los
mismos poderes creadores de obra como terrenos ya demasiado explotados
durante largo tiempo. Los desmontajes de la felicidad creativa muestran
al arte la dirección para hacerse a un lado.
¿Están tristes esas obras de
que no broten con más fuerza? ¿Tienen nostalgia de las grandes paredes
vacías? ¿Se sienten no realizadas en su íntimo ser-para-el-cheque?
¿Simulan ante las grandes exposiciones una capacidad para el exilio de
la que se arrepienten secretamente? ¿Se sienten refutadas por el tiempo
como ingenuidades de ayer? Probablemente estas preguntas sean demasiado
invasoras. Irrumpen en una tranquilidad y en una marginalidad que acaba
de ser descubierta por las obras. Poder dejarse reposar, eso es
ciertamente algo nuevo para piezas de muestra del poder creador de obras
estético. No llamar a quienes pasan para que permanezcan callados ante
ellas, ése es un ejercicio inusual para las obras que estaban habituadas
a abogar por su propia causa ante el mundo. Estar en barbecho y esperar
es una aventura imprevista para objetos artísticos acostumbrados a la
valorización. Replegarse en sí mismas y no entrar en la historia de arte
en la forma más elevada, es la treta para la que menos preparadas
estaban las obras de arte hambrientas de reconocimiento. ¿O es que ya
están más preparadas para ello de lo que se podía intuir en el momento
de su factura?
El arte está en barbecho. La
gente simplemente pasará al lado, una tenue brisa de atenta desatención
soplará entre las piezas. De todos modos, la misma gente pasaría al
lado, pero el ruego de las obras y la atracción de los valores les
llamaría como una oportunidad que nos coloca ante la alternativa de
aceptarlas o hacerles caso omiso. ¿Llaman esas obras, atraen? Y si ya
han abandonado la galería ¿a quién han ido, a quién le salen al paso?
¿Están próximas a nosotros cuando pasamos a su lado? ¿Se vuelve
diferente nuestro pasar a su lado cuando están al margen?
¿Pasar al lado? ¿Cómo deja
uno atrás tanta casualidad? ¿Pasa uno por encima sin que surjan los
recuerdos de algo innombrado, venidero, maravilloso, para lo que arte
devino más tarde un nombre hueco? La mirada ya chocó con la superficie
de los objetos, de ahora en adelante hay que considerarlos como vistos.
Éste no es tiempo para
prometer mucho. Pronto saldremos también de esta sala. Ninguna distancia
habla ebria de una futura gran felicidad. Pero lo visto es lo visto.
¿Qué es visibilidad? Quizás la cotidianeidad de la revelación. ¿Qué es
entonces revelación? Que algo te ilumine con su visibilidad. ¿Cómo
sucede eso? Cuando estoy al aire libre. ¿Al aire libre? Cuando estoy tan
afuera que el mundo se muestra.