Poesía y cine: un ensayo sobre la palabra y la imagen, de Víctor Amar


Cine y poesía son dos manifestaciones artísticas, dos experiencias estéticas que provocan en el espectador y en el lector el goce que produce la contemplación comprensiva o la evocación, inclusive elevándola a la categoría de lo sublime. En este sentido, coincidimos con J. Pijoán, autor de la inefable Summa artis, cuando apunta que «la creación y apreciación de la belleza es una experiencia puramente humana. El hombre podría definirse como el animal que tiene capacidad estética». La experiencia estética se vitaliza ante un film o una poesía. Las emociones que podemos experimentar cerrando los ojos en el momento en que escuchamos recitar unos versos resultarían un símil, si cabe, igual a las impresiones que registramos cuando abrimos los ojos en una sala de proyección a oscuras y a nuestras espaldas un haz de luz da vida a unas sombras en movimientos sobre un lienzo blanco. Estamos ante un proceso de hipnosis propio del sentido estético. Un gesto que reafirma la razón observadora. Para los receptores reflexivos resulta ser un merecido ejercicio de reencuentro con la belleza (Quintana Cabanas, 1993). Ésta, que viene dada por el icono en movimiento o bien por la palabra (escrita o la voz), los receptores la captan, la decodifican, la metabolizan... y completan el proceso de la comunicación, aumentando en él la impresión estética y, por tanto, su capacidad para el disfrute con el arte - cine y poesía - a partir de la propia experiencia cotidiana (intelectiva, discursiva y expresiva).

Ambas experiencias artísticas centran la percepción del placer en la estimulación de los sentidos; a partir del deleite que produce el contemplarla o el oírla. Atendiendo a los aspectos objetivos (si está en los iconos o en las palabras) y subjetivos (a raíz de la propia recreación personal motivada por la imagen o la palabra), que de forma individual o conjunta de ellas se desprenden, pudiendo llegar a poner de relieve que una de sus finalidades es la empatía. El punto y seguido lo estableceríamos a partir de la afirmación de Federic Schiller, quien indicó que la «belleza es aquella forma que no exige ninguna explicación». Y, tal vez, ninguna explicación precisa añadir que la plurisignificación o ambigüedad, logicidad o ilogicidad, además de su asintactismo y metaforicidad (Ortega y Gasset, 1983)... son partes propias del lenguaje cinematográfico y poético por excelencia, produciendo en los receptores el deseado deleite estético. Frente a ello, la fealdad, aquello que K. Rosenkranz (1992) distinguió como un objeto diferente al que identificamos como bello. En cierta manera, cabría apuntar que todas las cosas participan de la belleza y de la fealdad, es una cuestión personal, de una comunidad, de un período de la historia, de una cultura, de una situación, de una moda, así como de la educación y de la experiencia estética que se tenga. El ejercicio propuesto, en lo concerniente al cine y la poesía, o viceversa, se resumiría en que un film o un poema no sólo hay que oírlo o contemplarlo con los sentidos de la vista o del oído. Sería pertinente y hasta aconsejable, para establecer y lograr aquello que denominamos deleite, valiéndonos de la imaginación, que se potenciara el sentir imaginativo. Sugiriendo, y comunicando a la vez, un esfuerzo sobre la palabra y la imagen una suntuosa actividad de recreación artística provocando y prolongando la imaginación -o reacción- de los receptores.

Cine y poesía son dos artes que se corresponden y, en sí, se complementan. De igual manera, valdría decir que un lector/espectador podría ver en un verso casi un primer plano o un primerísimo primer plano -poniendo de relieve la microfisonomía-, así como en un plano bien compuesto el mejor de los versos de un depurado poema. Ambas maneras artísticas y comunicativas hacen que la vida sea más intensa, inclusive llegándose a un estado de hechizo e hipnosis, motivado por lo intenso, la sugestión, la armonía, la belleza, la posición privilegiada de sentir el arte que en el caso de la poesía viene incrementado por lo sublime, lo poético. Y, a propósito del cine, está estimulado por la oscuridad que rige el espectáculo audiovisual, así como de la fuerza innata y cautivadora del icono, además del montaje. Sendas artes - cinematúrgica y poética - juegan un papel relevante en la vida cotidiana, sensible y mágica, cercana a la acción terapéutica de las mismas, ya que la evocación, recurso inherente a ambas -igualmente, extensibles a otras artes-, pueden estimular lo beneficioso de la existencia, el aprecio a las personas y el afecto hacia todo lo que nos rodea: aprender sintiendo y sentir aprendiendo.