Cine y poesía son dos manifestaciones
artísticas, dos experiencias estéticas que provocan en el espectador y
en el lector el goce que produce la contemplación comprensiva o la
evocación, inclusive elevándola a la categoría de lo sublime. En este
sentido, coincidimos con J. Pijoán, autor de la inefable Summa artis,
cuando apunta que «la creación y apreciación de la belleza es una
experiencia puramente humana. El hombre podría definirse como el animal
que tiene capacidad estética». La experiencia estética se vitaliza ante
un film o una poesía. Las emociones que podemos experimentar cerrando
los ojos en el momento en que escuchamos recitar unos versos resultarían
un símil, si cabe, igual a las impresiones que registramos cuando
abrimos los ojos en una sala de proyección a oscuras y a nuestras
espaldas un haz de luz da vida a unas sombras en movimientos sobre un
lienzo blanco. Estamos ante un proceso de hipnosis propio del sentido
estético. Un gesto que reafirma la razón observadora. Para los
receptores reflexivos resulta ser un merecido ejercicio de reencuentro
con la belleza (Quintana Cabanas, 1993). Ésta, que viene dada por el
icono en movimiento o bien por la palabra (escrita o la voz), los
receptores la captan, la decodifican, la metabolizan... y completan el
proceso de la comunicación, aumentando en él la impresión estética y,
por tanto, su capacidad para el disfrute con el arte - cine y poesía - a
partir de la propia experiencia cotidiana (intelectiva, discursiva y
expresiva).
Ambas experiencias artísticas
centran la percepción del placer en la estimulación de los sentidos; a
partir del deleite que produce el contemplarla o el oírla. Atendiendo a
los aspectos objetivos (si está en los iconos o en las palabras) y
subjetivos (a raíz de la propia recreación personal motivada por la
imagen o la palabra), que de forma individual o conjunta de ellas se
desprenden, pudiendo llegar a poner de relieve que una de sus
finalidades es la empatía. El punto y seguido lo estableceríamos a
partir de la afirmación de Federic Schiller, quien indicó que la
«belleza es aquella forma que no exige ninguna explicación». Y, tal vez,
ninguna explicación precisa añadir que la plurisignificación o
ambigüedad, logicidad o ilogicidad, además de su asintactismo y
metaforicidad (Ortega y Gasset, 1983)... son partes propias del lenguaje
cinematográfico y poético por excelencia, produciendo en los receptores
el deseado deleite estético. Frente a ello, la fealdad, aquello que K.
Rosenkranz (1992) distinguió como un objeto diferente al que
identificamos como bello. En cierta manera, cabría apuntar que todas las
cosas participan de la belleza y de la fealdad, es una cuestión
personal, de una comunidad, de un período de la historia, de una
cultura, de una situación, de una moda, así como de la educación y de la
experiencia estética que se tenga. El ejercicio propuesto, en lo
concerniente al cine y la poesía, o viceversa, se resumiría en que un
film o un poema no sólo hay que oírlo o contemplarlo con los sentidos de
la vista o del oído. Sería pertinente y hasta aconsejable, para
establecer y lograr aquello que denominamos deleite, valiéndonos de la
imaginación, que se potenciara el sentir imaginativo. Sugiriendo, y
comunicando a la vez, un esfuerzo sobre la palabra y la imagen una
suntuosa actividad de recreación artística provocando y prolongando la
imaginación -o reacción- de los receptores.
Cine y poesía son dos artes que se
corresponden y, en sí, se complementan. De igual manera, valdría decir
que un lector/espectador podría ver en un verso casi un primer plano o
un primerísimo primer plano -poniendo de relieve la microfisonomía-, así
como en un plano bien compuesto el mejor de los versos de un depurado
poema. Ambas maneras artísticas y comunicativas hacen que la vida sea
más intensa, inclusive llegándose a un estado de hechizo e hipnosis,
motivado por lo intenso, la sugestión, la armonía, la belleza, la
posición privilegiada de sentir el arte que en el caso de la poesía
viene incrementado por lo sublime, lo poético. Y, a propósito del cine,
está estimulado por la oscuridad que rige el espectáculo audiovisual,
así como de la fuerza innata y cautivadora del icono, además del
montaje. Sendas artes - cinematúrgica y poética - juegan un papel
relevante en la vida cotidiana, sensible y mágica, cercana a la acción
terapéutica de las mismas, ya que la evocación, recurso inherente a
ambas -igualmente, extensibles a otras artes-, pueden estimular lo
beneficioso de la existencia, el aprecio a las personas y el afecto
hacia todo lo que nos rodea: aprender sintiendo y sentir aprendiendo.