Cuando Kafka hacía furor, Anatole Broyard (La uña rota)

Las calles y los bares estaban llenos de escritores y pintores, y de ese otro estilo de jóvenes, chicos y chicas, que buscaban la compañía de los primeros. Futuros novelistas y poetas que jugaban al fútbol en los alrededores de Washington Square, y las chicas recién salidas de las facultades de la Ivy League contemplaban el paisaje con los ojos rebosantes de historia del arte. La gente que se sentaba en los bancos llevaba libros en la mano.
A mí me daba igual el mal estado en que se encontraba buena parte del barrio. Pensaba que todo carácter era una forma de desgaste, de erosión de las superficies. Veía en aquel desgastes nuestra versión de las ruinas, las reliquias de una breve historia. La tristeza de los edificios era literaria. Yo tenía veintiséis años y la tristeza era un estimulante, incluso un afrodisíaco.

(...)

Pensé que si lograba entender su pintura nuestras relaciones sexuales serían mejores. Existiríamos en el mismo plano pictórico, posaríamos cada cual para su propio retrato, mezclaríamos nuestras formas y colores, crearíamos composiciones. Seríamos como dos personas que van recorriendo una galería o un museo y se emocionan con las mismas cosas. (...)
Descubrí que uno siempre puede ver su propia vida reflejada en el arte, aunque sea distorsionada o desteñida. Por ejemplo, en un libro sobre surrealismo, encontré  una frase que se me quedó grabada: «La belleza es el encuentro fortuito, en una mesa de operaciones, de una máquina de coser y un paraguas.»

(...)

Sé que la gente sigue leyendo libros y que algunos sienten por ellos auténtica adoración, pero en 1946, en el Village, lo que sentíamos por los libros –me refiero a mis amigos y a mí– era mucho más que adoración. Era como si no supiéramos dónde terminábamos nosotros y dónde empezaban los libros. Los libros eran nuestro clima, nuestro entorno, nuestra ropa. No nos limitábamos a leerlos, nos convertíamos en ellos. Los interiorizábamos y los transformábamos en historias propias. Aunque sería fácil decir que huíamos y nos refugiábamos en  los libros, sería más cierto afirmar que eran los libros los que buscaban refugio en nosotros.