La campana de cristal, Sylvia Plath (Edhasa)

Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como si se tratara de un grueso higo morado, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos, y otro higo era una poeta famosa, y otro higo era una profesora brillante, y otro era Ee Gee, la increíble editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica, y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona del equipo olímpico de atletismo, y más allá, por encima de aquellos higos, había muchos más que no podía identificar claramente.

Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto. Y, mientras estaba ahí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a ponerse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.