Perder teorías, Enrique Vila-Matas (Seix Barral)

«La alegría no es la conformidad alborozada con lo que ocurre en la vida, sino con el hecho de vivir», ha escrito Fernando Savater. Lo mismo puede decirse de la espera, que no está conforme con nada salvo con el hecho de aguardar. La alegría, al igual que la espera, hay que entenderla como afirmación del presente, sin nostalgia del pasado ni temor al futuro. «Hablando con propiedad», escribió Robert Louis Stevenson. Y lo mismo podríamos decir de la espera: no es ella lo que amamos –a fin de cuentas, como decía Blanchot, «la espera comienza cuando no hay nada más para esperar, ni siquiera el fin de la espera; la espera ignora y destruye lo que espera, la espera no espera a nadie»–, sino el esperar, que esencialmente es –al igual que la alegría– una afirmación de la vida y el presente.

Me preguntaron un día, estando en esa ciudad, si era fácil distinguir entre una buena novela y una que no lo era, y dije que bastaba con examinar cuáles eran sus relaciones con las altas ventanas de la poesía. Precisé que hablaba de sutiles conexiones con la poesía y en ningún caso de lo antagónico: novelas escritas por poetas a base de prosa poética, algo profundamente a evitar cuando se trataba de una novela.

No, no podía creer que ésa fuera una regla inconmovible. Si no sabemos qué es la vida, ¿por qué habríamos de tener tan claro qué es una novela? La poesía está conectada con los dioses y no dudo que es un arte divino y superior que nunca me atreveré a mancillar. Pero la novela...